Casi todas las personas guardamos secretos,
unos más confesables que otros, sean como fueren, se quedan con nosotros,
ocultos, prendidos en nuestra existencia, en nuestra vida y se van haciendo un
todo con la cotidianidad, con el paso del tiempo y cuando nos queremos dar
cuenta, los llevamos adosados años y años, casi toda nuestra vida. Aprendemos a
vivir con estos secretos, nos acostumbramos a ellos como el que se acostumbra a
lavarse los dientes tres veces al día, forman parte tan de nuestra vida. Nos auto
engañamos y nos queremos creer que somos igual de felices con estos secretos,
como sin ellos…que nuestra vida transcurre con absoluta normalidad, es
mentira…estos secretos nos causan malestar, enfermedades físicas y mentales y
hacen que nuestros hábitos de vida cambien.
Los cambios no ocurren de la noche a la
mañana, van aconteciendo día a día, incluso minuto a minuto, en cada decisión,
en cada movimiento que realizamos por muy nimio que parezca…que nos parezca.
Y un día nos levantamos con depresión.
Y otro día con malestar general.
Y otro día tenemos una terrible jaqueca.
Y otro día es el estómago el que nos juega
malas pasadas.
Y un día no queremos salir a la calle.
Y un día nos dejan de interesar cosas que
antes nos gustaban.
Y así un día detrás de otro…y otro… y otro.
Existen un tipo de enfermedades que ni los
mismos galenos saben cómo tratar o denominarlas. Este tipo de enfermedades
están causadas en su mayor parte y sin lugar a dudas por reconcomerse, e
impacientarse por una molestia moral.
A veces estos secretos requieren una toma
de decisión o decisiones y no son fáciles, no es fácil sobre todo cuanto la
decisión tomada, conlleva a su vez el sufrimiento de otras personas y entonces
llega el dilema ¿debo seguir sufriendo yo, para que no sufran otros?
Lo terrible de este modo de vivir es que
caemos en la costumbre y esto hace que olvidemos o neguemos su existencia…y el
tiempo pasa…irremediablemente pasa y nos creemos nuestra propia mentira en que
se ha convertido nuestra vida.
Por ello debemos dejar salir nuestros
dolores psíquicos, nuestros secretos dañinos, pero si no queremos compartir
dicho dolor, si impedimos que afloren, entonces, probablemente, lo mejor sea
tomar decisiones, aunque duelan a otros, aunque nos duelan a nosotros.
Y mirar el futuro que nos queda con otros
ojos, sin sufrimientos, sin secretos, como el que sigue las vías del tren que
nos aleja y nos aleja.
Yo por mi parte intentaré seguir las
recomendaciones aquí señaladas.
Nieves Angulo