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miércoles, 22 de enero de 2014

¿Cuál era mi sorpresa? Fin



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Seguí durmiendo pese al ruido, que posiblemente solo estaba en mi cabeza, hasta que sentí un jaleo descomunal a mi alrededor y noté un roce en el muslo derecho.
Abrí los ojos de golpe y di un grito desgarrador, esta vez no me rodeaba un enjambre de abejas, sino seis o siete sabuesos y uno de ellos tenía su húmedo hocico pegado a mi muslo, por este motivo desperté.
Me incorporé a toda leche y de repente recordé que por estas fechas mi padre y mi hermano suelen salir de cacería, bueno, mas bien simulan que cazan, siguen todos los rituales, se visten, preparan a los perros, en fin, toda la parafernalia. Antes cazaban zorros, pero en el 2004 o el 2005, ahora no recuerdo bien, el Gobierno del primer ministro, Tony Blair, respaldado por La Cámara de los Comunes del Reino Unido, prohibió la práctica de la caza del zorro con perros en Inglaterra y Gales. Desde entonces, todos los años llevan a cabo este pequeño simulacro y se lo pasan de miedo, vuelven a casa cansados y felices, no han matado a ningún animal, pero han disfrutado como niños. Algunas personas y pese a la prohibición, salen a cazar caiga quien caiga todos los 26 de diciembre, por tradición. Mi padre y mi hermano, ya no quieren matar animales, pero les gusta disfrutar de un día de trote por la campiña y escuchar los ladridos de los sabuesos cuando ven un conejo e incluso un zorro, además en vez de salir el día 26 como manda la tradición, ellos se adelantan un día.
Con la mayor celeridad posible busqué mi ropa para vestirme ya que se oían voces cada vez más cercanas.
Los perros saltaban a mi alrededor con una gran algarabía, pues todos me conocían. Mi ropa no aparecía y de repente vi que uno de los sabuesos se había hecho con ella y jugueteando la estaba haciendo jirones. Me acerqué al perro para quitarle la ropa y poder vestirme pero el maldito hijo de su madre no la soltaba, debía pensar (si es que los perros piensan) que o bien era un presa, o que estábamos jugando.
Grité pidiendo al perro mi ropa, mi ropa, dame la ropa…

…OOO…

La ropa, seguí murmurando mientras alguien me tocaba suavemente el hombro.
Abrí los ojos y vi a Liberty, mi doncella que me llamaba para bajar a desayunar y me advertía de que ya estaban esperando mis padres en el comedor de invierno.
Pregunté a la doncella que dónde estaba mi ropa mojada y quién me había llevado a casa y la pobre mujer me miraba como si yo fuese una desquiciada, tardé unos segundos, los justos mientras me espabilaba del todo, en comprender que se había tratado de un sueño. Devolví la mirada a Liberty que tenía la boca abierta un palmo y me reí a carcajadas. Estoy segura que pensaba que estaba loca de atar.
Me acercó la bata, me dijo que la ducha estaba a la temperatura adecuada y qué ropa sacaba de mi vestidor. Sonriendo aún, la dije que ropa de montar, pensaba trotar con un poni jaja siguió mirándome como si yo fuese " El fantasma de Canterville" jaja. Aún con una sonrisa asomando a mis labios me dirigí a la ducha.
Lady Emelinda y Lord Constantin, mis padres, me reprendieron, pero con mucho cariño, por hacerles esperar para desayunar y me recordaron que era ese desayuno, uno de los pocos que podíamos disfrutar juntos.
Desayunamos en silencio, no nos gustaba a ninguno hablar mientras comíamos, pero una vez terminado el desayuno, mi madre me preguntó si me daban ya los regalos de Papá Nöel o esperábamos a que regresara de mi paseo matinal a caballo.
Sonreí y les dije que montaría mas tarde y les empecé a narrar mi sueño, omitiendo muy hábilmente mi relación con Boris.
Ambos disfrutaron de mi narración, a mi padre le lloraban los ojos de la risa, decía que no se podía imaginar mi envergadura encima de un pobre poni y lo mal que lo debí pasar con las picaduras de las abejas. A mi madre la hizo gracia todas las zambullidas que me tuve que dar en el río Severn. Los dos, con su mente lógica y analítica inglesa, me hicieron ver que se notaba que era un sueño, pues les extrañaba a ambos que el pobre poni con el estrés que había sufrido, se tumbase a mi lado en total relax. Les hice ver que en efecto, era lo bueno de los sueños, que cosas ilógicas se hacían de lo más real.
Mi madre me dijo que si no iba a montar, porqué no me cambiaba de ropa ya que esperábamos a una persona para el almuerzo. Asentí, pero antes de subir a cambiarme, les pregunté por mis regalos y les dije que los suyos, como siempre, estaban a los pies del árbol. Me contestaron que los míos también y hacia el árbol nos dirigimos los tres entre risas y bromas sobre mi sueño.
Aunque me reía con ellos, realmente todavía se me aceleraba el pulso cuando recordaba el sueño con tanto detalle, cosa rara, normalmente se me olvidan los sueños a los pocos segundos de levantarme, creo, que como a la mayoría de la gente.
Abrimos los regalos, este año eran menos costosos y más austeros y es que la crisis mundial se notaba también en nuestras arcas. Mi madre comentó que la moto no se la pasó por la imaginación habida cuenta de que yo no montaba en moto, pero que si hubiese habido mas presupuesto, no le parecía mala idea lo del poni para Adele.
Subí a mi habitación y llamé por el móvil a Boris pero me salía el buzón de voz, me pareció un tanto extraño.
El sueño que tuve con Boris, era más real de lo que parecía. Aunque no proviene de una  familia tan humilde, su madre es periodista y su padre banquero, sí es cierto que tiene media beca deportiva. En efecto está de mozo de cuadra en mis caballerizas, él me rogó ese trabajo para pasar más tiempo juntos, porque le encantan los animales y porque no le gusta pedir a sus padres dinero para sufragar sus gastos. Le conocí en la Universidad de Medicina, yo también estoy cursando estudios médicos, quiero ser pediatra, me encantan los niños. Le busqué el trabajo en mis cuadras por medio de una amiga de ambos, fue su recomendación, para poder mantener en secreto nuestro idilio y por supuesto es cierto que nos queremos casar, pero todavía falta mucho tiempo, ambos debemos terminar la carrera y empezar a ganar dinero. No creo que mis padres aprueben nuestra relación, pero me da igual, nos casaremos igualmente.
Terminé de vestirme y salí a leer al jardín, hacía un día fabuloso para ser 25 de diciembre.
A las 12:45 subí de nuevo a cambiarme, normalmente en estos días de fechas tan señaladas, nos gustaba arreglarnos, me preguntaba mientras me maquillaba los ojos ¿quién vendría a almorzar?
Me puse un vestido rojo de Valentino, siempre me gusta ponerme algo rojo en Navidad y bajé las escaleras. Al entrar en el comedor pude ver que ya estaban mis padres, mi hermano, mi cuñada, mi sobrina Adele y tres personas más que no ubicaba ya que estaban de espaldas.
Me acerqué con ánimo de saludar a nuestros invitados y me pareció extraño que me hubiesen dicho que teníamos un invitado cuando en realidad eran tres.
Al aproximarme a la figura que me pareció mas joven, mis pulso empezó a latir, ese pelo, esa nuca, me eran muy, pero que muy familiares.
Boris se volvió a mirarme con ojos sonrientes y me dijo que estaba preciosa, después me estampó un beso en la boca que me dejó sin aliento y al que yo correspondí con avidez pero un tanto confusa.
Mis padres sonreían y yo me preguntaba si seguía soñando.
Lord Constantin se aproximó a mí me entrelazó los dedos y me dijo que me iba a presentar a los padres de Boris.
Mientras tomábamos una copa de champagne, me explicaron que sabían desde hacía tiempo que estábamos enamorados, que había miradas que no se podían disimular, que hablaron con Boris hacía una semana y decidieron que este sería mi regalo de Papá Nöel, pero arrancaron una promesa a Boris y es que nos tomaríamos con calma nuestro compromiso, al fin y al cabo éramos jóvenes, con mucha vida por delante y mucho que hacer y ofrecer al mundo.
Los padres de Boris resultaron ser unas personas excelentes, se les veía encantados viendo a su hijo tan feliz.
Durante la comida y hasta los postres, mi cara no dejó de reflejar sorpresa y felicidad.
Después de todo, Papá Nöel, este año me dejó un maravilloso regalo.

FIN

Nieves Angulo

Enlace: Capítulo I
            Capítulo II
            Capítulo III

martes, 21 de enero de 2014

¿Cuál era mi sorpresa? III



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(En la mansión)

Lady Emelinda terminó de desayunar y tras limpiarse las comisuras de los labios con una servilleta de lino hizo ademán de levantarse, inmediatamente, siempre presto, se acercó Bartholomew, el mayordomo y retiró su silla. Ella, apenas sin mirarle, le dio las gracias y le preguntó si se había levantado ya Lord Constantin y sí había regresado su hija después de ver su regalo. Bartholomew con una leve inclinación de cabeza, respondió que el señor seguía en sus dependencias y que Lady Cassandra había salido trotando montada en un poni que había delante de la fuente de Los Faunos, en el jardín.
Lady Emelinda volvió la cabeza con brusquedad y le preguntó al mayordomo qué hacía su hija montada en el poni que había comprado de regalo para su nieta Adele, le hizo ver su preocupación, pues su hija podía matar al pobre animal debido a su peso y estatura, también le preguntó dónde estaba el regalo de Lady Cassandra, la motocicleta ICON SHEENE 1400CC. Bartholomew, antes de abandonar el comedor de invierno, respondió que siguiendo las instrucciones dadas por Lord Constantin la noche anterior, la moto estaba en las dependencias de mantenimiento para ponerla un gran lazo dorado y rojo de regalo, de nuevo inclinó la cabeza y salió de la estancia. Lady Emelinda se quedó pensando y llegó a la conclusión de que su hija Cassandra cada día estaba peor. Encogiéndose de hombros se fue en busca de Lord Constantin, su hija pronto volvería, estaba empezando a llover.
¿Les daría tiempo a un revolcón mañanero? Jeje que pillina soy, pensó Lady Emelinda.

(Apoyada en el alcornoque)

Cada vez llovía más fuerte y tanto el pobre poni como yo, temblábamos de frío, además el poni resollaba ruidosamente, debía estar al borde de la extenuación, ¡pobre! Podía haber muerto aplastado bajo mi peso. Cómo fui tan inconsciente, me pregunté una vez más.
Seguíamos inmóviles ya que aún las abejas revoloteaban a nuestro alrededor incansablemente, algunas habían entrado en la colmena, pero otras parecían desorientadas y se acercaban peligrosamente a mi cara.
No te pongas nerviosa Cassandra, no te muevas y respira con normalidad, esto pasará y te reirás cuando lo cuentes.
Procuré relajarme un poco y cerré los ojos, ¡ojalá! me durmiera hasta que vengan en nuestra ayuda.
De repente sentí un aguijón en la mejilla izquierda, cerca del labio superior, de forma impulsiva di un manotazo al aire y como por ensalmo se recrudeció el zumbido de las jodidas abejas y varias empezaron a picarme con sus ponzoñosos aguijones. Me incorporé lo más rápido que pude y me dirigí atropelladamente hacia el río Severn, con las putas abejas detrás, no paraban de picarme en cualquier trozo de piel que tuviera descubierto, cara, pecho, manos ¡asquerosas, basta!!
Como era cuesta abajo iba a una velocidad bastante peligrosa, de hecho, me caí varias veces, por fin llegué al río donde me arrojé con tanta fuerza que mi estómago chocó contra el fondo, se me había olvidado que por este lado no había ni mucho caudal ni profundidad. Me hice un daño de la hostia, se me cortó la respiración y casi pierdo el sentido, pero al menos estaba a salvo de las abejas y sus picotazos infernales.
Por suerte no soy alérgica a sus picaduras, menos mal, pensé.
¡Por favor! Que esto sea un mal sueño, que esté todavía en mi cama protegida bajo el cobertor, por favor, por favor, grité desesperada.
Ya me empezaban a escocer las manos, la cara y el pecho, así es que me embadurné con arena del río, aunque estaba fangosa, sentí alivio casi de inmediato. No quería pensar la pinta que debía tener.
Salí del Severn empapada y ahí estaba en la orilla el poni, al verme emerger del río, el pobre animal lanzó un relincho, posiblemente asustado al verme. Por suerte ya no había ni rastro de las abejas.
Subimos la pendiente y nos dirigimos hacia otro alcornoque, pero primero me cercioré de que no hubiese ninguna colmena.
Yo estaba preocupada tanto por mi estado de salud, podía coger una puta pulmonía, como por el del pobre equino que seguía temblando y resollando.
Me senté de nuevo y el poni lo hizo a mi lado, le seguí acariciando acompasadamente y poco a poco se fue tranquilizando, su respiración ya estaba más normalizada.
Tenía que hacer algo, tenía que tomar una decisión, no podíamos seguir apoyados eternamente en un alcornoque, menos mal que había dejado de llover, pero seguíamos teniendo un frío del copón y temblando cual flanes.
Decidí quitarme la ropa y acurrucarme lo más cerca posible del poni, de esta manera nos daríamos calor mutuamente y la ropa no se secaría en mi cuerpo.
¡Madre mía! A finales de diciembre y yo en pelota picada en plena campiña, esto tiene que ser una broma, esto es una pesadilla.
Me adormecí y poco a poco empecé a soñar con Boris y sus fuertes manos acariciando mi piel. Otro problemón ¿cómo iba a decir a los clasistas de mis padres que estaba loca por el mozo de cuadra?
Si bien es cierto que Boris es mozo de cuadra, no es ningún zafio, pobre sí, pero no zafio, de hecho, trabaja para pagarse su carrera de medicina, aunque tiene una beca deportiva. Es alto, rubio, fuerte, delgado, es… ¡hum! Estoy entrando en calor pese al frío que tengo, bueno, el caso es que es un hombre pobre pero muy culto y lo dicho, aunque tiene una beca, trabaja en las caballerizas para no tener que pedir ayuda a su familia y así poder sustentarse, estoy loca por él y desde luego, en el momento que termine la carrera y tenga trabajo, yo quiero que abra una clínica privada en un buen barrio de Londres, nos casamos, se pongan como se pongan mis viejos, soy mayor de edad, me amenazarán con desheredarme, pero me importa una mierda, hablando de mierda, ¿pero esto qué es? ¡Cochino, cerdo, guarro…aggg, que ascazo!, se ha cagado el puñetero poni. Otra vez al río a lavarme. No, si al final si no muero de una pulmonía lo haré atacada por una infección mierdera, estoy pringada. Me va a dar algo, a mí me da algo.
Salí despendolada hacia el río, tenía que limpiarme inmediatamente, no podía con el asco y las arcadas, solo imaginarme llena de mierda de poni, por no hablar del olor.
Me sumergí en las frías aguas del Severn y me limpié concienzudamente, al fin y al cabo estaba desnuda y se me podía haber metido la mierda del equino por cualquier parte del cuerpo ¡me muero de asco!
Pobre poni, seguro que se le ha soltado el esfínter debido al miedo y al frío, si le sucede algo no me lo voy a perdonar y mi sobrina Adele, menos.
Me volví a embadurnar con la arena cenagosa para aliviar el escozor que sentía debido a las muchas picaduras que tenía gracias a las putas abejas
Me recosté en el tronco del árbol y lo más cerca que pude del poni, pensando que cuando me secase y descansase un poco, emprendería el largo camino a casa. Me adormecí de nuevo con una tiritona que para qué.
¿Estaba soñando de nuevo o qué era ese ruido a lo lejos? Parecen ladridos.

Continuará…

Nieves Angulo

Enlaces: Capítulo I
             Capítulo II

lunes, 20 de enero de 2014

¿Cuál era mi sorpresa? II


Nieves Angulo, nangulo.es, poni, estibador, el hombre que susurraba a los caballos, Londres, equitación, abejas, relatos humor, escritura creativa, post, blog, alcornoque, humor.


Una vez llegué a la conclusión de que el equino no era mi regalo, no sé cómo pude pensar que lo era, lo achacaré a que aún estaba medio dormida, mi preocupación era como frenar al poni y su carrera alocada.
Cruzó el río a todo galope, menos mal que lo hizo por una parte donde el Severn no tenía mucho caudal, el agua apenas me cubrió las piernas que a aquellas alturas había dejado en su posición normal y las seguía llevando a rastras.
Me dolía todo, estaba helada de frío y no me hacía con el maldito poni. Recordé la célebre frase de la película Rambo “no siento las piernas”, era exactamente lo que me sucedía. Ojalá no sintiese tampoco el culo que me palpitaba y escocía, el jodido, como si hubiese metido en el ano una cayena.
Me prometí una vez más que iría al médico y me operaría de las dichosas almorranas que me daban, y nunca mejor dicho, por el culo.
A punto de cruzar el río, cuando creí que estaba a salvo y el poni más tranquilo, el cabronazo me tiró, debió tropezar con el fondo arenoso y fui a parar al agua que estaba helada, por cierto. Me cagué en todos los muertos del poni y en su puta madre, hablando de madres, si me oyese este soez lenguaje mi madre Lady Emelinda, se moría.
Normalmente cuando me enfado o estoy nerviosa mi vocabulario no se distingue apenas del de un estibador.
El poni siguió con su carrera infernal y me llevó arrastras, pues se me había quedado el pie izquierdo enganchado en el estribo. Salió del río y siguió galopando como un loco. Gloucester está a 180 kilómetros al oeste-noroeste de Londres y hacia allí enfilaba el equino. Elevé la vista al cielo y también elevé mis preces, aunque no soy muy religiosa, encontré consuelo en orar y rogar para que terminase esta odisea.
Imagino que debido a mis gritos, o bien porque el pobre equino no podía aguantar el esfuerzo que le suponía tirar de mí, ya que precisamente no soy un peso pluma, el poni se fue sosegando y yo pude levantarme, tuve que volver a ponerme encima de él para sacar el pie del estribo, pues de pie no me sostenía bien ya que temblaba y el poni no paraba de moverse. Hablé con calma al poni, le susurré al oído, en una peli vi que a Robert  Redford le daba resultado, le acaricié y cuando casi había conseguido liberar el pie, el hijo de puta cabrón se lanzó de nuevo al galope. ¡Dios, esto no puede estar ocurriendo!!
No maltrato jamás a los animales, pero reconozco que estaba tan frenética que no paraba de arrearle patadas en los lomos, lamenté no llevar espuelas porque juro que se las hubiese clavado hasta el fondo. No había manera de frenarle, no sé qué le pasaba, seguía galopando como un loco y de vez en cuando corcoveaba, cuando lo hacía tenía que agarrarme fuerte de las bridas para no caer, aunque no sé si sería lo mejor. De hecho, seguía pensando seriamente en tirarme en marcha, pero era una locura, debido a mi estatura, me podía hacer mucho daño dada la velocidad del poni.
De repente el poni dio un giro de 180 grados y se dirigió desenfrenadamente hacia la zona boscosa y montañosa, hacia las colinas de Cotswolds.
Según nos íbamos acercando a las montañas empezó a llover de forma copiosa, yo seguía tiritando de frío, mis pantalones aún no se habían secado y no llevaba más que una fina chaqueta de ante, pues mi intención cuando salí esta mañana no era ni mucho menos correr un derby con el mamón del poni.
Solo me mantenía un poco más serena el pensar que en casa se habrían dado cuenta de mi ausencia y de la del poni y que con la que estaba cayendo (ya era una lluvia torrencial) alguien saldría en nuestra búsqueda.
Me fui sosegando cuando noté que el caballo iba frenando poco a poco, por fin paró y me pude bajar a toda hostia no fuera que empezase de nuevo con su loco galope. 
Yo Temblaba de frío y nervios. Corrí para protegerme de la lluvia, me apoyé en el tronco de un alcornoque. Papá tenía alcornocales debido a que una de sus empresas se dedicaba al corcho. Por suerte el árbol tenía una copa bastante frondosa y apenas me llegaba la lluvia, me senté y no me importó empapar más mis pantalones, a estas alturas nada me importaba. 
Para mi sorpresa el poni empezó a acercarse a mí en busca de caricias, yo estaba alucinada y llegué a la conclusión de que el pobre equino no podía conmigo, pues además de medir 1,80 peso 70 Kg. Existe una regla orientativa, según la cual el caballo no debe llevar encima a un jinete cuyo peso rebase el 15 por 100 del peso del equino.
El pobre poni, como todos los de su raza, tiene un aire salvaje pero la realidad es que es un buenazo, amable y juguetón. Lo dicho, no sé qué me ha pasado esta mañana para cometer tantos errores de cálculo. Me monto en un pobre animal que no puede conmigo  y casi nos mato a los dos, a él reventado y yo, descoyuntada.
En estas divagaciones me hallaba cuando empecé a escuchar a mi alrededor un ruido sordo, una especie de zumbido y al pronto me encontré rodeada de un enjambre de abejas, que se querían guarecer de la lluvia en su jodida colmena que por casualidad estaba en el mierdoso alcornoque. ¡Coño! ¿Es que he pisado mierda esta mañana? Las abejas no suelen picar, a no ser que la colonia tome una aptitud defensiva o estén irritadas, en este caso seguro que lo estaban ya que seguía lloviendo y esto las sensibiliza bastante, normalmente en días nublados o tormentosos no conviene acercarse a las colmenas y aquí estaba yo, debajo de una.
¡¡Por favor, que alguien me ayude!! Grité mirando a los negros cielos. El poni se tumbó a mi lado y yo le acaricié sus blancas crines y el hocico.
Continuará...

Nieves Angulo

Enlace: Capítulo I

martes, 14 de enero de 2014

¿Cuál era mi sorpresa? I




Este año Papá Nöel me dejó un precioso poni con el pelaje alazán y las crines blancas, en mi casa de Gloucester, al suroeste de Inglaterra, casi lindando con Gales.
Debido a mis 1,85 metros estatura (descalza) pude montarle sin saltar, apenas sin esfuerzo, solo tuve que subir ligeramente mi pierna izquierda y asentarme cómodamente en su lomo.
Le di un suave toque para que trotase y al punto obedeció.
Yo iba incomoda porque me arrastraban los pies, iba dejando unos feos surcos en la hierba con las botas.
El poni no iba más cómodo que yo, de hecho estaba nervioso y movía la cabeza de un lado a otro, como un péndulo, parecía como si algo, para mí invisible, le molestase.
Del trote y sin ninguna orden por mi parte, pasó al galope de manera desenfrenada.
Me fui poniendo nerviosa porque a mi derecha estaba el río Severn y mi poni iba a toda hostia hacia él.
Yo seguía dejando unas hendiduras tremendas en la tierra con mis botas y a veces se me quedaba atascado uno de mis pies.
Decidí encoger las piernas todo lo que pude de tal manera que mis rodillas casi rozaban mi cara.
Me empezaron a doler ambas rodillas y el culo, primero debido al galope del poni que iba, el muy hijo de puta, desenfrenado y después por las jodidas almorranas.
Yo le gritaba que parase y él empecinadamente galopaba hacia el río.
El dolor de mis posaderas era infernal y las almorranas me escocían que daba gusto.
Estaba tan desesperada que tuve tentaciones de tirarme a tierra en plena galopada, pero no tenía todas conmigo de que no me partiese el cuello, no debido a la alzada del equino, sino a la velocidad que podía alcanzar mi propio cuerpo debido a la inercia mecánica del mismo, unida a la velocidad del propio poni.
De repente el poni empezó a corcovear, no le era suficiente con galopar a toda leche y oscilar su cabezota, no, tenía que dar saltos y encorvar el lomo, parecía que estaba teniendo un ataque de epilepsia, lo cual me hizo preguntarme (no paro de hacerme preguntas aunque mi vida peligre), si los equinos tenían estos ataques, sé que los perros si pueden padecerlos, pero los caballos…no sé, me estoy yendo por las ramas y como este cabrón no frene, además de comerme unas cuantas, lo que me voy es al río de cabeza ¿Será cabrón?
Tiré de las bridas, pero no había manera de frenarle y seguía galopando como loco hacia el río.
Empecé a insultarle a grito pelado: "Hijo puta, cabrón, enano de los cojones, acémila, mala mula, mula parda, mala bestia"; ¡dios! si mi padre me oyese...
Mi cerebro no descansaba, al igual que el poni y me pregunté ¿a quién se le ocurrió la idea de regalarme un poni, si mido 1,85 m. de estatura?
Rememoré mis pasos esa mañana. Bajé a desayunar y ya estaba en el comedor de invierno mi madre, a la que di un beso de buenos días. Mi padre, seguramente, seguiría en la cama, desde que se retiró de la política no le gustaba madrugar. También estaba Bartholomew, el mayordomo, presto para servirme el desayuno, esperé a que me retirara la silla, le pedí solo huevos revueltos, tostadas, mermelada, zumo de pomelo y té, no me apetecía bacón.
Mi madre levantó la vista del Times y me preguntó si ya había visto los regalos, contesté que algunos de ellos y me dijo que me esperaba una sorpresa en el jardín.
Realmente es algo más que un jardín lo que rodea nuestra mansión, es un terreno de no sé cuantas hectáreas con pista de tenis, piscina, caballerizas, un pequeño campo de golf, un lago y no sigo que me agoto.
Terminé el desayuno y salí a buscar mi sorpresa. No vi nada y seguí caminando un trecho hasta que tropecé con el poni de lo cojones.
Me extrañó el regalo pero aún así, gilipollas de mí, monté en él.
Ya estoy temiéndome que el dichoso poni no fuera mi regalo sino para mi sobrina Adele…
…¿Entonces, cuál era mi sorpresa?

Nieves Angulo

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