Le había visto varias veces y me gustaba, nos saludábamos, intercambiábamos algunas frases pero nada más, corrían los años 70, me enteré por unos conocidos que era Marino Mercante.
Seguimos viéndonos y el día que murió el dictador, como todo estaba cerrado (incluso el bar que solíamos frecuentar), nos quedamos en la puerta y me invitó a una boite que había en un pueblo cercano, acepté, después cenamos y como su apartamento estaba cerca subimos a tomar una copa, una cosa llevó a la otra y terminamos en la cama, yo tenía 22 o 23 años y muy poca por no decir ninguna experiencia. De eso salió una relación y más o menos a los dos años nos casamos.
Yo estaba loca por él, también creía que él lo estaba por mi, pero que equivocación. Todo empezó poco a poco, primero una mala contestación, después una humillación, un poco más tarde avergonzarme delante de los amigos, diciendo cosas como: - ¡calla, que tú de esto no entiendes y calladita estás más guapa!. Me convertí en el hazmerreír de la familia y los amigos, mi madre y mi suegra me decían que tenía que aguantar, que él era el hombre y yo vivía de su sueldo. Ayudaba un poco a la convivencia el que él viajaba mucho debido a su profesión y yo me fui dando cuenta que no le echaba de menos y que estaba mejor sola, llevábamos dos años de matrimonio, junto con los dos de noviazgo ya llevaba la friolera de 4 años con este señor al que ya no quería, así es que tomé la decisión de hablar con él para decirle que quería trabajar, su contestación fue, - ¿dónde vas tú con tu preparación?, ese día ya me dio el primer empujón y me retorció el brazo, así es que decidí deshacer el matrimonio.
No pudo ser, sufrió una trombosis a los pocos días, le dejó en un estado medio paralizado y yo me entregué a su cuidado, durante un tiempo tuve la ilusión de que mi matrimonio empezaría a ir bien, como al principio, el estaba muy cariñoso, agradecido y yo me sentí de nuevo enamorada y llena de esperanzas. Me quedé embarazada de mi preciosa hija y mi vida continuó entre los cuidados a mi marido y la crianza de mi niña.
Tuvo otra trombosis, esta vez más fuerte, quedó bastante tocado y aunque tenía algo de funcionalidad ya había que estar con él constantemente e iba en silla de ruedas. Al igual que su carácter se dulcificó en la primera trombosis, con la segunda se volvió irascible, irritable, odioso y yo deseaba su muerte. ¿Qué podía hacer?.
En fin, tengo que ser breve y no extenderme más de lo necesario en sus ataques de epilepsia, en mi sufrimiento e impotencia. Aquí estoy a día de hoy, en la cincuentena, cuidando indiferente de un enfermo que ya apenas es un ser humano, ya no habla, no conoce, es dependiente totalmente, hay que asearle, darle de comer, etc y ya no le deseo la muerte, solo me mira, con odio, como si yo fuese la culpable de su desgracia y no él de la mía . No le quiero, pero no tengo fuerzas de abandonarle a su suerte en algún centro hasta que se muera.
Quizás tardé mucho en tomar la decisión de separarme, ahora ya es tarde y vivo esta vida que yo decidí ¿vivir?.
Show
Se lo dedico a una mujer muy especial (no sabe ella cuanto) y a todas aquellas que viven una situación similar en el anonimato. Sois una fuente de inspiración.