Llegué a estas tierras gallegas siguiendo al hombre que amo y unos sueños compartidos. El
de Valladolid, yo de Madrid, los dos rumbo a La Coruña y adentrándonos por primera vez en el mundo empresarial.
Nadie nos regaló nada, nadie nos echó una mano para evitar que abandonásemos un pequeño pueblo de la sierra madrileña (donde fui muy feliz), pero esas explicaciones quizá pertenecerían a otro “post”, ahora de lo que quiero escribir es de mi vida en La Coruña.
Después de trece años por aquí, tiro de mi memoria y veo que he vivido experiencias que no había tenido antes y que por supuesto han sido claves para que sea la persona que soy.
En La Coruña aprendí a cocer el marisco como es debido, con cáscara y todo.
También apendí a prepararlo para comer, por ejemplo los centollos, nada de aliños para camuflar su falta de sabor, los centollos se comen con un poquito de su propia agua de cocción, sin aditivos ni bobadas y se revuelven bien en la concha las huevas y el interior del bicho, perfecto.
Aquí empezaron a gustarme los percebes, ya los había probado hacía muchos años en Madrid pero no me gustaron, se ve que no probé los adecuados jajajaja.
Todavía recuerdo la carita de Carrillo, otro castellano-viejo, que reside en La Coruña y casado con una gallega.
Como decía, recuerdo su carita y la bandeja que portaban sus manos, debidamente protegida con un paño inmaculadamente limpio, como manda la tradición, conteniendo unos percebes que había cogido él, esa misma madrugada, jugándose la vida en las rocas de Malpica, rincón perteneciente A Costa da Morte, Fisterra, donde el mar golpea con furia y libertad, pero que a sus rocas se adhieren los mejores percebes que he tenido el gusto de saborear en mi vida.
¿Cómo rechazar ese regalo de bienvenida?, no obstante como soy terriblemente clara, a veces en demasía, le dije que gracias por el regalo de bienvenida, pero que no me gustaban los percebes y que en agradecimiento saldríamos a tomar algo que yo invitaba. Angel me miró y pude leer en su cara que era una descortesía por mi parte, (tenía razón), así es que con mucha cautela y disimulando mi rechazo probé el primer percebe, mientras me lo introducia en la boca, recuerdo que me comentó Carrillo que eran de la variedad de uña roja, pequeños pero sabrosos y ¡¡¡ohhh, que sorpresa para mi paladar y mis sentidos!!, no pude parar, casi me comí la bandeja yo sola jajajaja. Gracias Carrillo por hacer que me enamorara de los percebes gallegos, por tus risas y por enseñarme la mar brava e inmensa que bordea A Costa da Morte, gracias.
Iba a despedirme aquí, pero acabo de hablar por teléfono con Angel y me ha dado la idea de enrollarme un poco más y como es mucho lo que tengo que contar, trece años son muchos años, me ha sugerido que lo haga por capítulos.
Entonces aquí cierro el primero, pero os amenazo con volver.
N. Angulo
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