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viernes, 6 de agosto de 2010

EN LA CORUÑA (6)


El primer piso en el que viví en La Coruña, era un piso hermoso, salón-comedor con una terraza, cocina con office y terraza tendedero, hall, distribuidor, 4 habitaciones, 2 baños y calefacción. Pertenecía a una viuda con hijos que cuando enviudó se marchó a vivir a Santiago de Compostela, el piso como ya he dicho era grande, me gustan los pisos grandes para disfrutar de un espacio privado, creo que todo el mundo necesita un poco de privacidad e intimidad, unos cuantos metros cuadrados donde poder estar con uno mismo, yo al menos lo necesito, para mí es vital.


Como todo no va a ser perfecto el piso era un pelín oscuro y aunque tenía calefacción, en una habitación había humedad, posiblemente defecto de construcción porque se filtraba del edificio de al lado, sobretodo la parte que daba al patio tendedero.


La Coruña es una ciudad oscura, hay pocos días con sol o luminosos, es difícil encontrar un piso con buena luz, además no sé por qué, para mi es un misterio, las fachadas las dejan oscuras, no las pintan en un tono pastel que dé luminosidad, así es que la sensación todavía es más gris, otro misterio es que las persianas van por dentro de las ventanas en vez de por fuera, he preguntado varias veces y me contestan que no lo saben o bien que es por el viento ¿?., el caso es que como vivas cercano al mar, los cristales entre la lluvia y el viento, te duran limpios un día, yo tiré la toalla y tenía los cristales que daban pena.


En este piso vivieron anteriormente estudiantes, con lo cual las habitaciones tenían cierre con seguro y llave, nosotros no usábamos lógicamente los seguros, pero teníamos que tener cuidado para que no se cerrasen las habitaciones, desgraciadamente eso es lo que paso un día con nuestro dormitorio, no podíamos abrir la puerta para entrar a dormir, debe ser que al limpiar el polvo posiblemente dio la vuelta el seguro y a la hora de cerrar se cerró con el seguro puesto.


Me hace gracia cuando veo en las películas que abren las puertas de una patada o con el hombro por muy gruesas o fuertes que sean, (Angel y yo, siempre que vemos una escena así, no podemos evitar mirarnos y comentar jajajaja y eso que han pasado años), como decía, ya sea a patadas o bien con una horquilla u otro artilugio similar, logran hacerse con las puertas, debe ser que Angel y yo éramos gilipollas porque nos costó dios y ayuda abrir la dichosa puerta, empujones, martillazos, horquillas, pinzas de depilar y el dichoso “clic” no sonaba, al final logramos entrar a dormir después de no sé cuanto tiempo, con el consabido cabreo, estado de nervios y desmontando el pomo, vamos, haciendo un estropicio.


Debajo, al lado de mi portal había una clínica de fisioterapia cosa que posteriormente me vino de maravilla y a la izquierda se alzaba El Emporio del Sanwichs .


El piso estaba cerca de nuestra empresa, con lo cuál no hacía falta usar el coche, cosa que me alegraba porque el aparcamiento era imposible, recuerdo noches en las que volvía de parranda y estar más de una hora buscando donde aparcar y no precisamente al lado de casa. Un día, estaba tan harta y tenía tanto sueño, que lo dejé aparcado en una rotonda al lado de mi casa con la intención de madrugar al día siguiente y quitar el coche de ahí, Angel me vio tan dormida que me dejó en la cama, no me despertó y bajé a quitar el coche a las 12 de la mañana más o menos, con tan buena o mala suerte, según se mire, que ya había un guardia haciéndome la multa.


Me acerqué con mi mejor sonrisa y le dije que la noche anterior llegué tarde, no encontraba aparcamiento y tenía miedo de dormirme y crear un accidente, el guardia me contestó que no se puede aparcar en una rotonda y yo le respondí que precisamente aparqué ahí porque había más coches aparcados y encontré un sitio, me mira con cara de asombro contestándome que además el coche impedía el paso, casualmente en ese momento por la rotonda pasaba un camión de El Corte Inglés y le dije: ¿lo ve?, el camión pasa perfectamente, le prometo que no vuelvo a aparcar mal. Por suerte el señor me dejó por imposible y tras preguntarme de dónde era, rompió la multa y me dijo, "total no la va a pagar y nos vamos a gastar más tiempo y dinero en mandar la multa a Madrid", yo le dije, por supuesto que la pagaré agente, soy una mujer responsable y ensanché más mi sonrisa (si cabe), le di las gracias y el se llevó la mano a la gorra sin poder evitar dirigirme una sonrisa de complicidad.


N. Angulo

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