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sábado, 14 de agosto de 2010
MARCHANDO, UNA DE MUDANZAS!
Como llevo unas cuantas mudanzas, he decidido contarlas poco a poco, con cada mudanza acompañaré alguna experiencia acontecida en esos momentos.
La primera mudanza la recuerdo muy vagamente, al fin y al cabo era una adolescente, quiere decirse que los que se comieron el marronazo fueron mis padres. Me imagino que algún “cable” echaría, pero no me acuerdo de nada, para mi fue un día normal de colegio.
No nos fuimos muy lejos, de la calle del Olmo, a la de Santa Isabel, es decir, subir la cuesta de Olmo (que menuda cuesta) y torcer a la derecha para desembocar en la de Santa Isabel.
Evidentemente el cambio de piso era más beneficioso, pasamos de vivir en un quinto piso sin ascensor y pocos metros cuadrados de vivienda, a otro con bastantes más metros y en vez de un quinto, un tercero, por cierto también sin ascensor, así tenía yo las piernas que tenía (preciosas), de tanto subir y bajar escaleras.
En la calle del Olmo me despertaba por las mañanas oliendo a pan recién hecho y es que había una panificadora en el mismo edificio que pertenecía a los mismos dueños del piso donde vivíamos, en esa panadería probé las mejores “piñas” 0 “bombón” (tipos de panecillos) y otras exquisiteces de pan artesano, ¡que delicia!.
Enfrente había una lechería de las de antes, de cuando todavía se vendía la leche a granel, cruzábamos la calle con nuestra "lechera" y la tomábamos fresquita para desayunar. Luego por la tarde como recibían de nuevo leche, la comprábamos para tomar con café o algún sucedáneo en la merienda.
La calle del olmo era una calle muy larga y estrecha y con mucha vida comercial, los negocíos iban desde bodegas (3), chamarilería, almacén de hielo, carpintería, cambiacuentos (un tipo de negocio este, que posteriormente se reciclaron en kioskos de prensa), lechería, panificadora, marroquinería y haciendo esquina con la calle Ave María, una casa de comidas llamada "Casa David" donde algunos domingos bajábamos a comer un cocido madrileño muy rico, lo hacíamos como un extra, en mi casa no sobraba precisamente el dinero.
La casa nueva me gustó bastante, estaba acostumbrada a una vivienda pequeña y esta no es que fuese un palacete pero si más grande que la anterior, al lado no teníamos una panificadora sino un bar-cafetería donde también vendían churros; más de un domingo hemos bajado a comprar churritos para desayunar, ¡que ricos!
Tenía dos grandes balcones que daban a la calle Santa Isabel. El cambio me venía de miedo porque bajaba andando al colegio que estaba en esa misma calle y posteriormente trabajé en una gestoría también en Santa Isabel, así es que era muy cómodo.
Enfrente de mi portal había una pensión-residencia para chicos jóvenes, estaba también en un tercer piso, así es que cuando me asomaba al balcón, veía los balcones del edificio del otro lado de la calle.
Un verano mi madre nos regaló a mi hermana E… y a mí unos pijamas monísimos, de distinto color, bermudas y top.
Por las noches nos asomábamos al balcón a charlar un rato antes de acostarnos, manteníamos la luz apagada para que nuestros padres no nos regañasen por no estar todavía en cama, ahí empezaba la juerga; los chicos de enfrente nos miraban todas las noches, ellos también tenían la luz apagada para que no les amonestasen sus cuidadoras, pero como fumaban, veíamos las brasas de sus cigarrillos, en el silencio de la noche oíamos sus voces en sordina diciéndonos tonterías, uno de los chicos siempre gritaba más que los otros y decía, - ya están ahí las gemelitas, ¿qué, estáis fresquitas? - , jajajaja, todas las noches lo mismo jajajaja, no había misterio y nosotras más anchas que largas haciéndonos las interesantes; la verdad es que mi hermana E… y yo, aunque nos diferencian cuatro años, nos parecíamos mucho, las dos llevábamos el pelo cortado igual a media melena, nuestra constitución muy parecida y la altura era la misma, por culpa del gritón, les regañaban y luego estaban varios días sin asomarse al balcón.
El que voceaba tenía voz de gañán, parecía que acababa de dejar a las cabras en el monte, un tiempo después nos enteramos que en esa pensión-residencia vivían jugadores de “los alevines del Real Madrid”, uno de esos alevines, concretamente el vocinglero, era el jugador Santillana, para él éramos las gemelitas jajajaja, me imagino que se pondría burro al ver a dos adolescentes en pijama, por cierto muy castos los pijamas, nada de transparencias jajajaja..
Años más tarde, cuando ya era un jugador famoso y antes de ganar tanta pasta como para cambiar de domicilio, nos saludaba por la calle y nos seguía llamando las gemelitas, también estuvo en la pensión el jugador Pineda, otro rendido admirador de nuestros pijamitas,
Por cierto sigue sin gustarme el fútbol.
N. Angulo
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Ya te habrás dado cuenta que lo tuyo son las mudanzas. Eres nómada ya desde pequeña y te va la marcha. Piso con encanto el de Sta. Isabel sin duda. Lo peor eran las escaleritas. De 3º nada que era un 4º, aunque señalaba 3º, y equivalía a un 5º por la altura de los pisos.
ResponderEliminarBuenos recuerdos los de aquel barrio. El Koldo, la pastelería, el Pachuca, el sereno....
De Madrid también estuviste por Tablada? Dedica un post a la figura del sereno, snow, porfa por fa
ResponderEliminarmuak