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viernes, 18 de diciembre de 2009

LOS SERENOS/ JESUS




Dedico este post a Diego Valor que un día leyendo uno de mis escritos en el que yo nombraba de pasada a los serenos, me sugirió que escribiese sobre ellos.

Allá voy con todas sus consecuencias.

Cuando era pequeña y en las pocas salidas nocturnas que hacía, siempre con mis papis por supuesto, les veía y oía, invadían las calles de Madrid y sus tabernas.

Figuras masculinas, vestidas austeramente de gris con unos manojos de llaves, una vara larga, para encender farolas y un “pito” colgando de su cuello, antes de verles les precedía el tintineo de las llaves, el sonido del silbato y el repiqueteo de la vara sobre los adoquinados suelos del viejo Madrid, luego un poco más tarde oías sus pasos, carraspeos y su voz gritando – “voy, ya voy”-, en demanda a la llamada de ¡¡SERENOOOOO!!!

En esos tiempos y los anteriores, las gentes no tenían llaves de los portales o solo existía una por familia con lo cual teníamos que acudir a la figura del sereno para entrar en nuestras casas.

Mi sereno se llamaba Jesús, la primera vez que le vi me pareció un coloso, era grandote o eso me parecía bajo la perspectiva de mi estatura infantil, tenía el pelo cano y una nariz prominente, venosa y roja. Posteriormente en mi adolescencia ya no me pareció tan imponente, pero en mis recuerdos infantiles ahí está su figura grande y robusta.

Recuerdo también su olor, mezcla de jabón y de sudor en verano, alcohol en invierno, generalizo con la palabra alcohol porque no sabía lo que bebía, pero en las largas y crudas noches invernales de Madrid se metía algún chispacito que otro para su coleto, por supuesto lo suficiente para calentar el cuerpo pero no para perder la compostura ante los vecinos demandantes de sus servicios.

Era un señor muy serio, pero para los niños siempre reservaba una sonrisa o una caricia en el pelo y alguna vez un caramelo, -¿qué se dice Nieves?- decía mi madre - , -gracias Sr. Jesús- contestaba yo.

Los años fueron pasando y de la infancia pasé a la adolescencia y de ella a la juventud y con esos años también pasó Jesús, mi sereno. Ya no me acariciaba el pelo ni me daba caramelos, tampoco me sonreía porque se reservaba para los niños, pero si me regañaba de vez en cuando, -muy tarde llegamos hoy jovencita, cualquier día tenderemos un disgusto- me increpaba como un segundo padre.

Y desaparecieron, dejé de ver a los serenos, dejé de ver a Jesús.

Parece mentira que una persona que me acompañó durante parte de mi vida fuese tan anónima para mi.

Nunca supe si estaba casado, si tenía hijos, dónde vivía y menos que fue de él, solo sé que su figura me hizo compañía en noches lluviosas, calurosas, ruidosas de las calles del viejo Madrid.
Y no siendo una persona de añoranzas si que de vez en cuando me gustaría volver a oír los tintineos de llaves, los silbatos y las voces gritando ¡ VOY, YA VOY!!, contestando al reclamo de ¡SERENOOOOO!.

Snow

2 comentarios:

  1. Snow, qué chulada. Muchas gracias. Entonces los bares cerrarían más tarde para los serenos? Había por todos los barrios o sólo por el centro?
    ¿Cuándo se empezó a hacer copias de llaves y desaparecieron?

    Muchas graciaaaaaaaaas

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  2. Sólo lo he visto en las películas. Me parace algo tan lejano y peculiar, que tiene mucho 'encanto'...tiene 'sabor' a un mundo más lento y sencillo. Más 'sereno'.
    Yo nunca los conocí y, ahora que pienso en ello, no recuerdo si en barcelona en mi infancia existieron. En todo caso yo vivía en un barrio, viejo barrio, pero no del centro. Puede que fuera exclusivo de ciertas zona del centro. Lo investigaré.

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