Viudo,
con tres hijos, dos de ellos ya adolescentes, con los problemas que eso
conlleva, pero buenos chicos…no, no se puede quejar, tiene tres hijos magníficos.
Sin
embargo poco tiempo, le queda muy poco tiempo para disfrutarlos, para arreglar
cosas, para dejarles en buenas manos.
Qué
injusta es la vida, se lamenta, un matrimonio feliz y ella se muere en un
fatídico accidente, dejándole solo, solo…muy solo. Que egoísta soy, no estoy
solo - piensa - tengo tres hijos por los que vivir, por los que luchar, pero la
vida sigue siendo injusta, porque voy a ser yo el que les abandone, me quedan
apenas unos meses o quizás un año de vida.
Dicen
que el cáncer no tiene nada que ver con traumas, con sufrimientos, que
simplemente te toca la “papeleta”, pero él tiene sus propios pareceres, extrae
de la vida su propia conclusión y su conclusión le dice que el cáncer se empezó
a gestar con la muerte de ella, su querida mujer.
No
tiene tiempo de lamentos, tiene que poner manos a la obra, tiene que atar
cabos, debe dejar todo resuelto.
No
quiere dejar a sus hijos con abuelos, primero, por no dejar una carga a gente
mayor que ya tuvieron su propia carga y segundo, por eso, porque son gente
mayor, él quiere que sus hijos terminen de crecer con personas jóvenes, vitales
y de buenos sentimientos para que sigan su labor, para dejar en sus hijos los
principios que a él le dejaron sus mayores.
No
ha dicho nada a sus hijos, todavía no, no está preparado y ellos tampoco, lo de
su madre aún es reciente.
Continúa
actuando con normalidad; trabajo, cuidado de la casa y de los hijos, terminar
el máster, (todavía le quedan unos cuantos créditos)... para progresar en la
empresa… ¿pero qué progreso?... no quiere pensar…
Ahora
que él se va, llega ella, una nueva oportunidad, una nueva alegría, un nuevo
motivo para vivir.
Precisamente
se conocieron estudiando, fueron intimando poco a poco, se sentaban juntos, se
iban esperando a la salida de clase para comentar y cuando se quisieron dar
cuenta se estaban contando su vida, casualmente ella también viuda, como él,
pero sin hijos - se lamentaba ella - porque añoraba no haberlos tenido con su
marido al que quiso con locura.
Y
él empezó a atar cabos…la invitó a casa a conocer a sus hijos y ella accedió
gustosa, se convirtió en una agradable rutina semanal, los sábados iba a comer
con ellos y luego todos juntos se iban al cine, a pasear…en fin…a divertirse.
Todos
estaban encantados, sus hijos empezaron a aceptar a aquella mujer como algo
cotidiano en sus vidas y ella…bueno ella, no podía creer en su suerte, volvía a
querer a un hombre, estaba perdidamente enamorada de sus hijos y parecía que
ellos la correspondían…no podía ser más feliz.
A
los pocos meses empezaron a vivir juntos, se trasladaron todos a la casa de
ella porque era más grande y formaron una estupenda familia…
Empezó
a encontrarse fatal, intuía que se avecinaba su final y habló…
Fue
un domingo, después de comer, todavía sentados alrededor de la mesa.
Les
confesó que tenía cáncer y que estaba desahuciado, era inminente su partida, no
quiso alargar más de lo necesario las explicaciones, hubo lloros, abrazos,
besos, gritos de rabia y de dolor… y al fin…la calma.
Celebraron
una boda sencilla, solo ellos, sus hijos, el padre de ella y los abuelos de los
niños.
Murió
justo nueve meses después de haber conocido a su segunda mujer, murió
satisfecho, había dejado atados todos los cabos; sus hijos con una nueva madre,
una mujer que les adoraba, un seguro de vida que tuvo la precaución de
contratar al poco de casarse con su primera mujer, sus hijos quedaban en buenas
manos.
Se
llevó con él, la furia por su muerte prematura y el dolor por no ver a sus
hijos hacerse mayores y un gran secreto…él no amó nunca a su segunda mujer,
pero la necesitaba e hizo su últimos sacrificio, él solo tuvo un gran amor y si
había una eternidad, él iba camino de unirse con ella, con su querida mujer.
Nieves
Angulo
Y lo digo una vez más, tus relatos ponen los pelos de puenta porque calan. Deberías juntarlos en un libro.
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